El Día
del Animal se celebra en Argentina cada año el día 29 de abril.
La
fecha se toma como conmemoración al fallecimiento del doctor Ignacio Lucas de
Albarracín, quien fue fundador y presidente de la Sociedad Protectora de
Animales en Argentina.
La
fecha es un recuerdo al amor que le debemos a todas las especies animales de
nuestro planeta y, en especial a nuestras mascotas, que forman parte esencial
de nuestro núcleo familiar.
El día
del Animal, además de ser un homenaje al fallecimiento del ilustre doctor
Albarracín, es un recuerdo de que, con su ayuda, Argentina fue el primer país
en promulgar una ley que protegiera a los animales de tratos abusivos o
explotación por parte de sus dueños.
Ley Sarmiento
Su gestión loable y protectora de animales le ganó afectos
entre la población, logrando que el 25 de julio de 1891, se promulgase la
famosa Ley Sarmiento, que no es otra que la Ley Nacional de Protección de
Animales bajo el número 2786.
Para celebrar este día qué mejor que leer un cuento de Augusto Monterroso..
La rana que quería ser una rana auténtica- Augusto Monterroso
Había una vez una
Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su
ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor
de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un
baúl. Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la
opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando
no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían
que era una Rana auténtica. Un día observó que lo que más admiraban de ella era
su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer
sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que
todos la aplaudían. Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a
cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba
arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír
con amargura cuando decían qué buena Rana, que parecía Pollo.
En: La
oveja negra y demás fábulas, Anagrama, 199